viernes, marzo 09, 2007

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Miro a mi alrededor y veo todo lo que quiero hacer, miro a mi alrededor, y lo que veo por los rincones me recuerda lo que hay que hacer; pasa el tiempo, y nada consigo que se haga.
¿Qué hacer entonces? Generalmente buscaría excusas, motivos más o menos creíbles que sirvan para engañarme y no admitir que si las cosas no se hacen es única y exclusivamente por mi culpa.
El tiempo influye, eso está claro. Es un voraz enemigo que te consume haciéndote perder la ilusión y motivación de los primeros momentos, cuando aún no te había atrapado en sus garras, y que tras su paso te desinflas irremediablemente.
La pugna está servida, la variante siempre estará ahí, retándote a que seas lo bastante hábil como para ponerla de tu parte, de lo contrario sucumbirás a él.
Un cambio de hábito que te haga tomar la delantera es la solución. Pero robarle tiempo al tiempo requiere algo más que destreza, hace falta fuerza de voluntad, mucha, y eso es algo de lo que yo ando bastante escaso.
Hay que empezar con pequeños cambios en el quehacer diario, una toma de contacto que arranque un pequeño resultado al terminar el día. Cuando esos cambios adquieran la categoría de costumbre, habrá llegado el momento de tener una pequeña charla con el reloj de arena y, si es posible, pactar una alianza y renombrar mis fracasos como logros personales; necesito soltar lastre y elevarme a la altura de la satisfacción personal alcanzando esos pequeños objetivos tiempo atrás planteados.
Me esperan unos meses de bastante agobio y saturación, luchando en un tiempo en que los engranajes no dejarán de girar, y en el que no deseo sentir la fuerza de la obligación sobre mí; una de las medidas pasa por aprender a ignorar ese general enemigo llamado televisión, lentamente, de manera tan paulatina como expeditiva. Otra medida es hacer una pausa.
En el trabajo, las ocupadas jornadas laborales han repercutido inversamente proporcional en tocar el ordenador a nivel particular. En casa el cansancio, la tele, la dejadez y las tareas pendientes de realizar han provocado un abandono creciente de este blog: actualizo poco, no he contestado a vuestros últimos comentarios, y tengo más que olvidadas las moneditas; ya son trece los días que no las he contado.
Aunque soy veleta e influenciable, aunque ha habido días de rebosante optimismo, debo reconoceros que últimamente pocas cosas me han motivado y mi interés por el blog ha caído bastante… Necesito un elixir de vida como el que más.
Dejo las moneditas tras casi dos meses de increíble constancia; los problemas al subirlas y la pesada carga en que se convertían cuando te pasabas algunos días han motivado esta decisión. Tranquilos, he calculado mi media y no creo que llegase a las mil cuatrocientas al finalizar el año; para tratarse de algo bueno el resultado es bastante deprimente.
También pretendo darme un descanso en el blog; me gusta, me he acostumbrado a él y lo pienso mantener. Pero a falta de unos días para que cumpla su primer añito veo necesario unas pequeñas vacaciones; estoy poco motivado y eso se ve reflejado en la escasez de ideas, eso no quita que no lo vaya a echar de menos.
Poco más que decir.
Muchos post se han quedado en el tintero en este tiempo, el último uno merecido sobre nuestro viaje a Zaragoza y los magníficos anfitriones que allí tuvimos. También me hubiera gustado preparar algo especial para el treinta y uno de marzo, día del primer aniversario, pero como sé de antemano que no voy a tener tiempo habrá que dejarlo para otra ocasión.
Agradeceros a todos vosotros que hayáis visitado mi humilde desagüe independientemente de que dejarais o no comentarios; para vosotros era lo que aquí se escribía, para vosotros lo que aquí se mostraba, y por vosotros espero no tardar en volver.
No desaparezco, tan sólo hago una pausa con el convencimiento que será para bien.
Hasta pronto amigos.

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