jueves, noviembre 06, 2008

Forzado

Entro en casa, la verdad es que no sé bien de donde vengo, pero tampoco me resulta muy extraño, de hecho es lo mismo que el día anterior, igual que la semana pasada o que los últimos meses. Ella está en la cocina, está atenta a un guiso y me saluda con una sonrisa sin moverse del sitio; huele bien, mi esposa siempre ha sido una buena cocinera. Le respondo con otra sonrisa acompañada de un guiño, le hace gracia porque nunca se me dio bien; me pongo nervioso y ella lo sabe. Quiero ir a saludar a los críos pero la voz empieza de nuevo, suave pero con firmeza, una voz a la que es imposible resistirse. Me veo obligado a entrar en la cocina, el cuchillo con que ha cortado la carne aún permanece en la encimera, y la sangre seca adherida a éste excita con mayor frenesí la voz que resuena en mi cabeza; pronto estará manchado de sangre fresca.
Los chicos se encuentran en el salón, la consola les tienen tan absortos que no reparan en las salpicaduras que motean mi camisa. El pequeño sólo se da cuenta de que algo no va bien cuando un chorro de sangre mancha la pantalla del televisor, no se trata de ningún juego, y me mira horrorizado sin comprender porqué su padre lo ha hecho, porqué su adorado padre le quita la vida con un solo movimiento de su brazo. Él jamás lo llegará a comprender, ni yo tampoco… La maldita voz es la responsable.
De pie, el cuchillo se resbala de mis trémulos dedos y cae sobre la moqueta encharcada, me siento débil y ni siquiera tengo fuerzas para acabar con todo; quizá así cesaría la voz, esa misma que ahora me dice que despierte.
Abro los ojos, sin comprender cómo me encuentro en una especie de escenario… ¿De qué se ríe toda esa gente? Aplauden todos, a mi lado un hombre me señala con la mano, sonríe y afirma con gesto de satisfacción como si hubiéramos hecho algo bueno, ¿matar a mi familia es bueno? No los he matado, están ahí, frente a mí, aplaudiendo entre el público, y entonces es cuando recuerdo el espectáculo al que habíamos ido, aquel ilusionista que era capaz de hipnotizarte y hacer suya tu voluntad, y doy gracias por ver que mi familia se encuentra bien, aunque no acabo de entender si aquel hombre me indujo a vivir lo que pasé; no era lógico que la gente aplaudiese eso. Agarro el taburete en el que me encontraba sentado y golpeo con fuerza al hipnotizador en la cabeza, una, dos y hasta tres veces antes de que me sujeten; ahora sí tengo la camisa manchada de sangre y una voz en mi cabeza que me grita ¡Mátale! ¡Mátale!
Lo malo de ahora es que ya no sé diferenciar lo real de la ilusión, y es que en cualquier caso la voz de mi cabeza me sigue hablando sin cesar.

Micro mini cuentos anteriores:

Yo me intento bajar en la próxima, ¿y usted?
El buen escritor
Combustión espontánea
Con vistas al lago
Los buenos ilusionistas se cuentan con los dedos de una mano
El relicario
Palomas
Sueño recurrente
El siervo del Diablo
Bomba fétida
El monstruo

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2 Comentarios:

At 07 noviembre, 2008 06:23, Anonymous Anónimo dijo...

Después del mal trago que le hace pasar el hipnotizador, yo tambien le habría sacudido, no tanto, pero collejon fijo que se lleva.

 
At 08 noviembre, 2008 09:50, Blogger Orfideon dijo...

Yo creo que el tío ya está algo majara, y cuando el hipnotizador entra en acción la realidad que vive es otra diferente a la que todos piensan que está viviendo, de ahí su pensamiento "no era lógico que la gente aplaudiese eso". La voz, que durante el relato se supone que es del hipnotizador, en realidad es la que él tiene en su cabeza, por eso su reacción final.
De ser como tú dices, un collejón es más que poco.
Un besote y gracias por tú comentario.

 

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