Una estaca para un Vampiro
No podía haber sido de otra manera, tras tanto pronunciarme acerca de mis distintas aficiones e ilusiones pendientes de resolución, mi cabeza ha vuelto a sufrir el envite de imágenes que siendo sólo reales en mi imaginación, conforman el futuro de un sueño difícil de alcanzar.
Teniendo en cuenta esa disposición mía tan voluble, que me relega al estado de aprendiz de tanto y maestrillo de nada, pienso que en este sueño encontraría la motivación y variedad suficiente como para no cansarme del proyecto hasta una vez finalizado éste. La mayoría de los que me leéis, es decir, tres de las cuatro personas si mis cálculos no me fallan, conocéis mi ánimo a hacer un cortometraje en video, o al menos eso creo pues en más de una ocasión es algo que he dejado claro. Pero tal y como está el asunto, el hecho de lanzarme a ello supondría de primeras una inversión a fondo perdido ( el dinero que invirtiese no volvería ni de coña, por muchas miguitas de pan que fuese dejando por el camino) y por descontado quienes participasen en el proyecto deberían de hacerlo mostrando un generoso altruismo hacia él, implicándose simplemente porque le atraiga y no por esperar una recompensa económica a sus esfuerzos; y esto seguro que limita considerablemente el número de colaboradores.
El tema es que no se trata de uno sólo, sino de muchos inconvenientes a la vez. Podría empezar a citar una larga lista de impedimentos tanto técnicos como materiales que sin duda alguna harían de este post un gran aburrimiento, por eso me limitaré a un par de breves explicaciones.
Como todo buen escritor-director que se precie (bonita etiqueta resultante de este sueño de futuro), el hecho de llevar a la pantalla esos relatos que visualmente tomaron forma en mi cabeza en el momento de concebirlos sería el interés primordial. ¿Inconveniente añadido? Mi tendencia a extender excesivamente las cosas; posiblemente a mis relatos le sobran algunas páginas de verborrea y esto, en imágenes, puede ser muy malo.
Pero aún no soy una causa perdida.
Hace unos meses descubrí en una conversación con un excompañero del trabajo que teníamos más cosas en común de lo que pensábamos, compartíamos aficiones tales como nuestro gusto por Star Trek (de hecho le regalé un “Últimas Fronteras 3” que le gustó bastante) y nuestras ganas de hacer cortos, con la única diferencia que él los generaba íntegramente por ordenador. Cuando descubrió que yo era aficionado en eso que es escribir relatos, vio el cielo abierto; controlaba de lo suyo pero eso de argumentar sus historias se le resistía.
Colaboré con él con un par de líneas argumentales que desconozco si al final las utilizó o no, pero lo cierto es que se mostró muy sorprendido y entusiasmado. Desde mi punto de vista eran bastante aceptables teniendo en cuenta que partía de las premisas y elementos que él me indicó (la creación por ordenador es mucho más compleja y laboriosa que escribir un relato. Además, el corto era suyo y por lo tanto me adapté a sus necesidades). Lo hice con mucho gusto, la verdad, y mi agrado fue mayor cuando me di cuenta que todo cuanto pensé y escribí para aquellos dos argumentos, lo hacía única y exclusivamente desde una perspectiva visual cara al espectador, pensando cómo influirían esas imágenes en él, qué emociones despertaría, qué tomas serían las más adecuadas para buscar sus reacciones, etc.; en definitiva, buscar y combinar los elementos adecuados para que ese corto fuese tan interesante para el espectador como excitante y breve para que mi excompañero se sintiese con ganas de crearlo.
Esta circunstancia me dio confianza; ya podía guionizar uno de mis largos relatos, porque sabía que cuando llegase el momento lo adaptaría adecuadamente para la pantalla.
Otro de los problemas es que disfruto de demasiada visión y aspiración. Cuando analizo esas películas que me monto en mi cabeza y que algún día pretenderé grabar en video, lo hago más en plan superproducción de Hollywood que pequeña producción de cine independiente o de autor; grandes decorados, grandes estudios, grandes actores (desconocidos, pero no el amiguete de turno), escenas de acción, efectos visuales, animatronics, maquillaje de efectos… Vamos, la rehostia en verso. Está claro que si algún día me meto en esa aventura (ese es mi deseo) tendré que simplificar bastante mis aires de grandeza… Todo se andará; me creo un Spielberg y aún no he cogido una cámara en plan “profesional”.
De todas formas puedo decir que no soy tan novato en estas lindes, aunque en honor a la verdad, la experiencia fue más divertida que didáctica.
Corría el año 89, y por aquel entonces aparte de contar con veinte añitos, me encontraba en el paro. Unos meses antes había vuelto de mi breve experiencia en el servicio militar con una carta de excedencia bajo el brazo… Pies cavos; ¿qué ironía, verdad?
El caso es que durante ese período de inactividad me pasé por las oficinas del INEM para ver a una compañera de mi primer trabajo que en aquellos momentos se encargaba de gestionar esos cursos que el INEM antiguamente te pagaba sólo por el hecho de asistir. Como tuve enchufe, y de los buenos, de las opciones que había no lo dudé… Curso de Video producción en el Instituto Politécnico Salesianos de Atocha; uno de los más solicitados. Nunca olvidaré ese curso; fue interesante, divertido y conocí a mucha gente fantástica. Duró cuatro meses, cuatro horas diarias de lunes a viernes, y nuestro grupo realizó dos “producciones”, si es que tal calificativo podía aplicarse a lo que de allí salió.
La primera fue la más cortita. Se trataba de un pequeño corto llamado “Mi querida nubecilla”, y aparte de contribuir con algunos posters para la decoración del salón improvisado para la ocasión en el estudio, me encargué de la edición de video, que ya es algo.
Se trataba de una pequeña “nube” molesta que salía de un televisor e incordiaba al protagonista hasta acabar devorándolo a ritmo de La cabalgata de las Walkirias; dicho así no suena tan mal… ¡Pero Dios mío!
En el segundo, mucho más largo, tuve una mayor participación…, fui actor.
Estaba en el departamento de producción, y por sorteo me tocó además en el equipo artístico… Yo, que mi mayor logro había sido hacer de inglés en un sainete de Arniches en el colegio diciendo la única y espectacular frase “mi ormadura, mi ormadura… devuélvame mi ormadura”, ahora me tocaba hacer de Tom Phillips, un desafortunado joven que los rigores de la noche y las jugadas de la carretera le llevan al castillo del Conde Dracovich, en la supermegaproducción “Una estaca para un vampiro”. ¿Habéis visto esas tomas falsas que de vez en cuando te meten al final de una peli o como extras en los dvds? Pues yo tengo una cinta con más de dos horas de errores míos ante la cámara.
Tengo que decir que todo el equipo nos llevábamos genial. El que hacía de Conde, Salvador, era un cachondo mental de apariencia tan seria y profesional que el hecho de tenerle delante ante las cámaras me arrancaba muchas sonrisas (con el consiguiente aumento de tomas, claro), y la que hacía de vampiresa estaba para dejarse morder ante la visión de su traje negro ajustado acabado en minifalda… Pero claro, teníamos unos veinte añitos. Así que todo, incluido la retahíla de fallos, fue una experiencia de lo más inolvidable.
La silueta del castillo a contraluz en una noche tormentosa fue creación mía (algo cutre, vale; pero es lo que había), el estacazo sanguinolento en el falso pecho del vampiro y mis dos perforaciones en el cuello producto de un “adorable” mordisco de la vampiresa, también (ya apuntaba mi inclinación hacia los efectos especiales, al menos algo más que el resto de la clase).
Desde aquel cursillo en el 89, creo que lo que me ha impedido hacer un corto ha sido mi inconstancia en la vida, mi falta total de compromiso con las cosas que empiezo, mi posible falta de madurez en un proyecto así.
Pero hoy he visto aquel corto más que cutre, he revivido todas aquellas escenas grabadas en fondo azul (recrear el interior de un castillo se “salía de presupuesto”, así que recurrimos al Chroma), y he vuelto a sentir ese gusanillo en el interior que intenta convencerme de que este es el momento, de que hay que lanzarse… Pobre iluso, este no es el momento.
Pero algo me dice que ya no queda mucho.
4 Comentarios:
¡Chico, qué aventuras! Estaría genial que retomases el asunto, aunque creí entenderte en una ocasión que para eso necesitabas una supermegacámara. ¿Es realmente necesaria? Con el genio que hay dentro de ti, mira que lo dudo. ;-)
Ánimo, lánzate, y cuéntanos, cuéntanos. ;-**
Si te sirve de algo, yo todavía tengo un Cine Exin prehistórico por casa...
Y digo yo, que con cualquier vídeo ya podrías empezar, ¿no? Si hoy en día hasta los "directores de prestigio" se están pasando a ese formato por ser más rentable.
Lo primero esta claro es que no pienso dejarte hacer una pelicula de vampiros. ¿ a que no adivinas porqué?, y lo segundo es que en ningún lado dice que YO sería una especie de productora y JEFA ejecutiva a la que tendrias que hacer la pelota para conseguir lo que quisieras, je, je, je,.
No, si una supermegacámara hoy día no es necesario, para empezar a hacer cositas con las digitales valen; el problema es la resolución, la que tengo es de 800000 pixels y las más adecuadas son las de triple CCD que pueden tener entre 2 y 3 megas, y eso se acaba notando.
Es cierto que está otra vez la fiebre del super 8, pero hijo, yo de momento soy de la generación de la videocámara. De todas formas, los problemas "logísticos" para mis ideas son casi inimaginables, empezando por esa productora-jefa ejecutiva de marras que acaba de surgir como de la nada...
Vaya, ya me toca lidiar en casa... si sabía yo que esto de poner Internet no era bueno ;-)
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