viernes, abril 21, 2006

Sueños rotos..., menos mal que tenemos Loctite

Cuando el otro día amanecí, un ataque inesperado de optimismo me cogió por sorpresa. Fue contradictorio y surrealista a la vez pues se trataba del primer día de curro tras las vacaciones, santas y benditas ellas, y el despertador acababa de sonar estridentemente a las seis quince de la madrugada. Con tales antecedentes y sin haber pegado ojo no pude comprender en ese momento de dónde narices había salido esa desbordante felicidad, mas aun cuando en absoluto me sentía radiante, eufórico, ni nada que se le pareciese.
En el baño, ese íntimo lugar donde realmente giran los engranajes de nuestra azotea y a la vez que nos aliviamos nos surgen las mejores de nuestras ideas, me sentí tan iluminado como las pobres tortugas cuando de repente les encendí la luz… ¡Qué amanecer más repentino! Debieron pensar.
En la noche anterior, conciliar el sueño se convirtió en una tarea harta imposible, por eso hice lo que siempre hago en estos casos, divagar en lo que llamaríamos “mis historias”. Generalmente son de poca importancia que me llevan directamente al sueño o, como en ese caso concreto y por más temas que abordó mi mente, me lo quitó del todo. Pero en esa vigilia recordé algo que vi durante el día y que no veía desde hacía años.
Los caminos neuronales son un misterio, pero ya fuese por el optimismo o porque era una forma de negar la realidad, esa mañana, en algún momento entre los esfuerzos y el lavado de cara, he caído en lo cierto que es eso de “Nunca es tarde si la dicha es buena”, o lo que es lo mismo, que la esperanza en algo es lo último que debe perderse. Creo que mi aspecto recién levantado, dormido, ojeroso y más agotado que un peluche sin pilas Duracell, me recordó lo a gusto que el día anterior nos movíamos por la ciudad con esa agradable sensación que da el saber que todos curran menos tú (excluyendo a los pobrecillos que dependen del INEM, mis respetos). Entonces es cuando piensas “tengo un buen trabajo, que bien… Pero que bien viven algunos por ahí”, y te das cuenta que tu vida, aunque genial y maravillosa, te gustaría que fuese como en su día soñaste, que fuese mejor… y es cuando la realidad se impone y sabes de antemano que nunca cambiará.
¡Pues no! No estoy de acuerdo.
Uno de nuestros deseos puede ser vivir la vida tal y como la hemos soñado, pero no es el único, seguro, y algunos de ellos pueden llegar a hacerse realidad, ¿y por qué no ese? (ésta es la vena optimista, por si alguien no se había percatado); sólo hay que tener esperanza y buscar, que no esperar, un golpe de karate de la diosa Fortuna para conseguirlo.
Que algunos deseos se hacen realidad es evidente; quien más quien menos ha deseado algo que a la larga ha conseguido. De la misma forma algunos sueños parecen imposibles de alcanzar; totalmente de acuerdo, pero “parecer imposible” no es lo mismo que ser imposible. Luchar por ese sueño parece la mejor forma para su culminación, pero la especial característica de algunos de ellos hace que nuestras esperanzas recaigan en alguna jugada de nuestro destino.
Decir “Como no me toque la lotería…”, y que te respondan “¡Coño, juega! Si no juegas cómo te va a tocar…”; es tener razón a medias.
Conocí a un tipo que sin comprar lotería le tocó treinta y tantos millones en la de Navidad; un claro ejemplo de que si te ha de tocar, da igual lo que hagas o no, al final te acaba tocando. Este sujeto en cuestión fue un recluta de mi mismo reemplazo en aquellos tiempos ya lejanos en que el servicio militar era obligatorio ¿Dónde? En Transmisiones, en el Goloso. Como pertenecíamos al último reemplazo del año y aún no habíamos jurado bandera, carecíamos del derecho a la participación de Navidad que adjuntaban a las novecientas pesetas de paga extra. Pues bien, el segundo premio cayó en Ingenieros (Zapadores y Transmisiones pertenecen a dicho cuerpo) en el Goloso y todo aquel que recibió una participación ganó un dinerillo para amenizarle esos doce meses de reclusión; pero a él le tocó más de treinta. Andaluz, de Jaén, se jactaba de que nunca compraba lotería. Un primo suyo, teniente del cuerpo, le regaló dos décimos enteritos… Su ilusión, adquirir un camión para currar como transportista, ya se podía hacer realidad; sin gastarse un duro.
“No, yo es que con treinta kilos no dejo de currar, que esa es mi ilusión…”; pues tranquilos, que también tengo un ejemplo. Este otro afortunado vivía en el mismo barrio de Sonia, casi vecinos; gente de vida normal, como la vuestra o la mía. Un inesperado día sus padres acertaron una primitiva de las gordas, más de… ¡Mil millones de las antiguas pesetas! ¡Quién se lo iba a decir a él!; seguro que algún sueño se cumplió con ese dinero y golpe de fortuna.
Pero estas historias de loterías lo único que hacen es ponernos los dientes más largo de lo habitual y no reflejan realmente lo que quiero expresar, aunque ayuden. Por eso intentaré resumiros una experiencia personal que refleja claramente como esa esperanza es algo que debe siempre permanecer viva.
Soy de tendencia competitiva, y esa forma de ser me empujó a deportes donde tal actitud es muy valorada; aunque no nos llevemos a engaño, la contradicción constante que reina en mi persona hizo que fuese un paquete como deportista. Estuve apuntado en el equipo de fútbol del colegio, pero rara vez estaba siquiera convocado, y si lo estaba era como suplente. Un día que ni estaba seleccionado fui a ver el partido, eran a las ocho de la mañana, había llovido y aquello prometía ser un barrizal. Faltaron algunos jugadores y yo, que casualmente llevaba mis botas, pasé a ser titular… Perdimos 4-7, pero eso para mí fue lo de menos, había hecho un gran partido (no muy técnico pero sí puse corazón) y en la siguiente convocatoria me pusieron titular; un par de días antes de ese partido dejé ese colegio.
Estuve en un equipo de fútbol-sala en el barrio, al menos ahí jugaba casi todos los partidos, pero bastante poco; la competición era dura y jugaban los mejores. Lo bueno era que el entrenador era el padre de un amiguete y claro, el hombre ponía la voluntad al servicio de la amistad; pero primaban los resultados.
Jugué al fútbol-sala de nuevo en un equipo que formó un cliente de la empresa donde mi padre trabajaba, ¿la intención? Jugar, y supongo que ganar, el Open de Madrid de Fútbol-Sala. Empecé como jugador de campo, pero tras lesionarse cuatro porteros en sólo cinco partidos (bueno, tampoco llevaban mucha preparación y eran “mayores”) yo pasé a ser titular indiscutible en la portería por el resto del campeonato. Sólo ganamos el último partido de los veinte que jugamos, 8-7, con todos nuestros tantos de un mismo jugador. ¿Lo más anecdótico?, los dos resultados de 20-0 (es decir, que dos veces me cascaron veinte goles) y el cachondeo posterior y continuo de los amiguetes, lógico por otra parte.
Con esto quiero hacer entender que para mí el hecho de pertenecer a un equipo ya era suficiente; si además jugaba, era la leche; si metía un gol o paraba algún penalti, la hostia; y si por una borrachera cabezona del azar salíamos victoriosos…¡La rehostia! Por eso mismo, quizás por la necesidad de dar rienda suelta a ese afán competitivo o sentirme integrado como uno más en un equipo, durante las olimpiadas de Los Ángeles 84 empezó a cocerse la verdadera anécdota que ilumina este post.
Siempre se me ha dado bien eso del nadar, supongo que veranear toda mi infancia-juventud en un apartamento con piscina dio ese beneficio. Así que cuando el water-polo se me erigió como protagonista indiscutible de las transmisiones televisivas de esa olimpiada, como que el tema me enganchó y, con quince añitos, decidí entrar en un equipo de water-polo; ahí es nada.
Ya en Madrid, me pasé por el Club Natación Canoe lleno de buenas intenciones y mucha voluntad… “Eres ya muy mayor para esto, búscate otro lugar”, me dijeron sin hacerme prueba alguna. ¡Cojonudo! ¡Y a dónde narices piensa que puedo ir en Madrid si no conocía otro sitio?
Fin de un sueño.
El tiempo empezó a pasar, entré en el numeroso club de los adultos (sólo por edad) y llegó la natación; una práctica solitaria que al menos permitía picarme con el de la calle de al lado. Como consecuencia de esto me curré un título de monitor de natación cuya breve experiencia la contaré cuando sea más oportuno.
A los veintinueve años comencé a trabajar en mi actual puesto, como PAS (Personal Administrativo y de Servicios) en una universidad. Para entonces el gimnasio y la natación habían quedado atrás hacía tiempo y extrañamente habían aparecido unos cúmulos de grasa con nombre de neumáticos alrededor de mi abdomen. Pero con el nuevo trabajo llegó un día una inesperada sorpresa; en una de las carteleras un papelote animaba a quien quisiera a formar un equipo de water-polo para el Campeonato Universitario Nacional. Al llevar más de un año en este trabajo podía pertenecer al equipo, así que ni corto ni perezoso me presenté con mis buenas intenciones y lleno de voluntad, otra vez; con treinta y un años me convertí en el más carroza del recién creado equipo universitario de water-polo.
Mi sueño se hacía realidad.
Entrenamos cuatro días mal contados. Por mi parte, a base de espinacas cocidas y sesiones de natación en la piscina municipal, llegué al primer partido con 83 Kg. y un razonable estado de forma; comparado con el resto del equipo (todos jóvenes universitarios) podía parecer algo ridículo, pero ahí estaba yo dispuesto a dejarme la piel en el partido.
El campeonato nos resultó corto, demasiado corto. La clasificación previa era contra otras universidades madrileñas; tres partidos en total, tres partidos perdidos… la tónica deportiva de mi vida. Pero la progresión inversa, número de jugadores-tiempo jugado, hizo que mi actuación fuese de más minutos de lo esperado; en el último partido sólo había uno de los siete suplentes del primer día, además a nuestro portero se le salió el hombro y jugué prácticamente todo el encuentro. Orgulloso, y con la pobre Sonia que se tragó los tres partidos (eso sí, se rió mucho con mis pintas gorrito orejero, bañador slip y michelín al descubierto), di por realizado uno de mis sueños dieciséis años después de que éste surgiese viendo water-polo en la cafetería de un hotel.
Tras la no clasificación y lo caro que resultaba mantener un equipo al carecer de piscina propia, el equipo se disolvió.
Salvo el recuerdo emocional que mantendré vivo hasta que la senilidad me lo arrebate, sólo me quedan tres recuerdos físicos de esa experiencia; unas fotos desde la grada donde una piscina está llena de puntitos azules y blancos; el bañador, que sigo utilizando cuando eventualmente me paso por la piscina municipal; y lo que vi el lunes cuando por una casualidad le enseñé algo de un archivador a Sonia, las copias de las tres actas de los partidos donde aparece mi nombre junto a los goles metidos y faltas cometidas…, dos casillas en blanco.
Como veis hay sueños que se cumplen cuando menos te lo esperas. A mí me ocurrió con éste, y tengo una larga lista en espera de la oportunidad adecuada para llevarlos a cabo. Que no todos se van a cumplir lo sé, pero el que lo haga me llenará de mucha, muchísima satisfacción; aunque no gane ningún partido.
No perdáis nunca de vista vuestros sueños, pues no sabéis cuando se podrán hacer realidad.

7 Comentarios:

At 21 abril, 2006 21:10, Blogger escritor1 dijo...

¡Eres un mosntruo! Felicidades por tus posts kilométricos e intensos. Me he tenido que afeitar tres veces mientras leía, jejeje. Como siempre, el dedo en la llaga. Me has hecho recordar el patio de baldosas del colegio donde yo de pequeño jugaba al futbol los días de sol y a waterpolo cuando llovía. ¡Qué tiempos! :-D

 
At 24 abril, 2006 08:49, Blogger Orfideon dijo...

Bueno, el patio del mío era de tierra y cuando llovía, aunque jugásemos al futbol, practicábamos una suerte de lucha de barro muy al estilo titis americanas; lo malo es que con esa edad ni jugábamos con ellas ni estaban igual que esas que salen en biquini llenas de barro.
Sí, la verdad es que salen algo largos, pero como la mayoría de las veces no es decir algo, sino contar una vivencia, pues acabo enrollándome como las persianas; de todas formas a base de post supongo que mi escritura se hará más fluida y resumiré mejor sin liarme tanto... Ya veremos.

 
At 24 abril, 2006 17:14, Blogger escritor1 dijo...

Ni se te ocurra resumir nada... ya nos gusta cómo lo haces de extenso. Ya sabes que "lo bueno, si largo, dos veces bueno". ¿O no era así? ;-D

 
At 24 abril, 2006 18:13, Anonymous Anónimo dijo...

Felicidades!

Por lo bien escrito y por el mensaje.
Arriba los sueños y los soñadores ;-)

 
At 25 abril, 2006 08:27, Blogger Orfideon dijo...

Sí, la verdad es que no me veo resumiendo mucho, ya sabes que incluso en los relatos me extiendo cosa fina. Así que tendréis que seguir aguantando estas charlas "peaso largas"... Creo que quienes me leéis os merecéis una medalla por sufridores.

Eso, ¡Arriba,arriba! y como estoy de acuerdo contigo, como YA HEMOS COBRADO LA DEVOLUCIÓN DE HACIENDA nos vamos a dar un caprichito, ya os tendré informados ;-))

Por cierto, el sitio del blog va un poco raro, no reconoce comentarios, me deniega el acceso, hay cosas que no sé si veo bien (entiéndase por "Momentos...") vamos, un desastre... ¿No os pasa a ninguno?

 
At 25 abril, 2006 10:41, Anonymous Anónimo dijo...

A mi me funciona muy bien, yo creo que es cosa de los duendes de internezzz o de los cacharros que utilizas para conezzzztarte ;-)

A ver...qué capricho es ese???

 
At 25 abril, 2006 13:17, Blogger Orfideon dijo...

Cuando esté, cuando esté..., pero vamos, se trata de consumismo puro y duro.

 

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