lunes, abril 24, 2006

Un troncho de carne caliente

Impresionante, un inconmensurable placer visio-culinario al que nos vimos sometidos el pasado Viernes Santo, un lugar no apto para quienes no gusten saborear los placeres de la carne; y es que el sitio no es precisamente para vegetarianos.
Pero empezaré por el principio.
Tal como ya he comentado en otra ocasión, ese día, en plenas vacaciones de Semana Santa y acompañados por unos amigos, nos perdimos por algunos pueblecitos de los alrededores de Madrid. Fue algo tranquilo, mucho coche, algunas paraditas, ver algo aquí, tomar algo allá… Vamos, lo típico en un turismo seudo rural con la intención de oxigenar un poco esos pulmones acostumbrados a la polución de la gran ciudad. Puedo asegurar que fue bastante completo y que nos lo pasamos realmente bien. Estuvimos visitando el embalse de Sacedón, con parada en ambos lados y disfrutando de la vista que nos ofrecía el mirador (a la derecha de la foto). También estuvimos el la Puerta del Infierno; una curiosa formación rocosa a través de la cual, y gracias a tres pequeñas grutas cavadas en la roca, transita la carretera. Por la tarde acabamos bebiendo agua del Balneario de Solán de Cabras; mira que llega lejos mi incultura que siempre he creído que se encontraba cerca del Pirineo Catalán, mea culpa.
Resumiendo, una jornada agradable y divertida, con muchos kilómetros rodados y, como no, una buena comida en el ecuador de dicho día.
El lugar elegido fue Casa Goyo, un restaurante especializado en comida casera en el pueblecito de Alcocer, en la provincia de Guadalajara. Al final no me quedó muy claro si alguno de los que venían con nosotros había visitado con anterioridad el local en cuestión o todo era de oídas, el caso es que el asombro fue generalizado.
Fuimos siete en la comida, un niño y tres parejas. Nos sentaron en una de esas mesas redondas donde todos podíamos vernos y disfrutar a la vez de cualquier conversación, tan raro en las mesas rectangulares. De entrada, para ir abriendo boca y sin pedir aún, nos sirvieron una racioncita de queso; un par de lonchas al menos por cabeza. Entonces pedimos unos entrantes. Por consejo de uno a quien le habían dicho que allí se comía de manera bárbara, sólo pedimos una ración de lacón a la gallega y un revuelto de trigueros. Para el peque, a quien no se le iba a pedir nada de carne, se solucionó con una sopa y una ración de croquetas.
Llegó el lacón, y siendo cierto que aunque bueno se le podía equiparar al de otros lugares, éste venía loncheado en semicírculos en una gran bandeja; riquísimo. El revuelto no tardó en aparecer, y al igual que el lacón lo hizo en otra gran bandeja; jamás había visto espárragos trigueros tan grandes. Ya estábamos acabando con ambas bandejas cuando llegaron las croquetas y la sopa; obviamente el peque no se iba a comer todo, así que le ayudamos con algunas de las croquetas. Por mi parte debo aclarar que la sopa, depositada en sopera y abandonada sobre la mesa, dio suficiente para su plato, para algunas cucharadas que su padre no se resistió a tomar, y para que yo les ayudara con un platito… ¡Rica, rica!
Tras aquellos entrantes que tras degustarlos ya empezamos a sentirnos algo más que bien, aterrizó el plato fuerte. Ante el temor de excesiva comida alguno cambió el churrasquito por un solomillo, por lo que la cosa quedó en cinco deliciosos solomillos acompañados con una espesa salsa a la pimienta, y un solitario churrasco. En el instante en que vimos aparecer los solomillos nos quedamos sin habla…, sin habla, pero no mudos, pues nuestras risas reflejaron toda nuestra sorpresa ¡Cada uno de ellos rondaba los seis centímetros de alto! Eso significaba que incluso abiertos transversalmente (dos se abrieron del todo para pasarlos un poco más), cada parte poseía casi más altura que el habitual de cualquier restaurante.
Pero el descojone general llegó como guarnición del churrasco.
Misma altura, aproximadamente una cuarta de ancho por cuarta y media de largo… ¡Impresionante! ¡Un rasillón pero de carne! Cuando lo pasaron un poco más (un bicho así nunca se puede hacer por el interior, nunca), tuvieron que traerlo en una de las bandejas pues el plato, de esos grandes y ovalados, se quedaba notoriamente insuficiente. Ni que decir que entre los solomillos y el churrasco sobró carne, pero es que mi antiguo dicho “Reventar antes que sobre” podía ser llevado hasta sus máximas consecuencias.
La hora del postre. Nos encontrábamos ya sin pizca de hambre, pero tratándose de un lugar especializado en postres caseros, ¿cómo no te pides algo? “¿Algo ligerito?, me han dicho que los flanes también van sobraos… ¿Pedimos uno para los tres? Vale” dijimos los chicos. Con los solomillos y el churrasco me corté de hacerles una foto, pero los casi treinta centímetros de delicioso flan casero me pudieron. ¿Diez centímetros para cada uno después de la comilona? No, por favor, que lo vomito todo. Aun así nos comimos medio flan, el resto nos lo pusieron en un taper de plástico, nos lo envolvieron en papel y nos lo entregaron en una bolsa listo para llevar. Puede parecer extraño, pero allí lo tienen así preparado porque lo habitual es que te sobre “mucha” comida y los clientes se la acaben llevando a sus casas. Un par de sorbetes de limón (muy rico, por cierto) en copa grande cervecera uno y en copa de postre alargada el otro, para quienes no comieron flan, la cremita de orujo y los cafés, dejaron zanjada la comida.
A punto de reventar, así acabamos y así me sentí las siguientes cuatro horas, pero las sorpresas culinarias, finalizadas por suerte para nosotros, no acabaron ahí. Bastó observar las caras de los comensales de las distintas mesas para apreciar que el asombro era generalizado. Una de las especialidades del lugar es el San Jacobo… Que decir, ¿os imagináis una empanada gallega a lo grande? Pues lo mismo pero en San Jacobo; los de la mesa de al lado se dejaron media, y eso que eran varios. En otra mesa, frente a la nuestra, una pareja se pidió flan con nata y fresas; imaginaros sus expresiones cuando les sirvieron un flan igual que el nuestro, totalmente rodeado de nata y cubierto de fresas, ¡y eran dos! Uno de los postres de la carta era hojaldre con nata; otro deleite visual con un impresionante hojaldre en forma de cisne y relleno de nata en vez de plumas… ¿Y las tartas? Cada porción se asemejaba a un tercio de la tarta en sí.
En fin, no alcanzamos a ver nada más, pero seguro que en aquella cocina se seguían preparando algunas sorpresas.
Hay que decir que en el sitio se come hasta quedar saciado y que eso se nota a la hora de pagar, que te da un mareo de mil demonios cuando ves la cuenta. Pero si comparamos el precio con la cantidad y calidad de la comida, hay que reconocer que el sitio no es tan caro. Si no queremos que ni el estómago ni el bolsillo se resientan, no parece adecuado hacer una comilona así muy a menudo. Pero creo que perderse tal espectáculo culinario no tiene perdón de Dios, así que aquí está su tarjeta, por si algún valiente se anima.
Por cierto, por si alguien no se había dado cuenta, la cuchara delante del flan es sopera, y no de postre.
Que os aproveche.

5 Comentarios:

At 25 abril, 2006 15:52, Anonymous Anónimo dijo...

Deberías haber avisado de que este post no se leyera después de comer...ahhhhggggg!

Yo voy a ir, seguro ;-)

 
At 25 abril, 2006 19:02, Blogger escritor1 dijo...

No sé, pero a mí me ha despertado el apetito. ¿Y los cafés que tal, ein?

 
At 26 abril, 2006 09:23, Blogger Orfideon dijo...

Pues si vas te advierto que no vi nada de corderito en la carta (tampoco me fijé mucho, la verdad) pues su especialidad es el San Jacobo y la carne tipo solomillo y churrasquito. De todas formas creo que no podrías con el solomillo;-)

¿Los cafés? Pues yo no tomo café, pero allí nadie se quejó. Ahora, cuando paramos en Solán de Cabras se peleaban por ir al baño... Quizá el café era bueno para purgar;-)

 
At 26 abril, 2006 17:56, Blogger escritor1 dijo...

¡Ejem! ¿Aguas menores en Solan de Cabras? Magra publicidad, a fe mía. ;-D

 
At 27 abril, 2006 08:16, Blogger Orfideon dijo...

¡Y en el riachuelo y todo!

 

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