Un visitante estacionario
Estamos en verano, esa estación en que el cielo está despejado, hace sol y mucho calor, días en los que solemos disfrutar de piscinas y deportes, de salidas campestres o de agobiantes playas, y todo ello gracias a ese kit-kat laboral llamado vacaciones, un esperado período ocioso que luego, desgraciadamente, se pasa en un abrir y cerrar de ojos. No es extraño, por lo tanto, escuchar el cantar de los pajarillos revoloteando alrededor de los árboles y demás vegetaciones, animados por las altas temperaturas y relajados durante la escasa brisa nocturna… Pero hasta llegar a este punto, el camino de estos pajaritos puede estar lleno de obstáculos, y desgraciadamente no todos corren la misma suerte.
Con la llegada de la primavera se da el pistoletazo de salida a la vida de estos animalitos tan vulnerables que nos sorprenderíamos de los frágiles que pueden llegar a ser. El desconocimiento de un nuevo mundo, una fuerte brisa, un mal equilibrio, cualquier mala acción parece válida para arrancarlos de la seguridad de su nido y precipitarlos en una caída cuyo desenlace final es el irremediable estampamiento de su endeble cuerpecito contra el más duro y frío de los suelos. Las desiguales alturas de los nidos puede hacer que aguanten el golpe si procedían de un pequeño árbol; poco consuelo, pues están abocados al sufrimiento posterior del más cruel de los destinos. Y si el anfitrión del nido es el tejado de un edificio de treinta metros de altura…
Esto tan negro que comento es algo que todo el mundo sabe pero que ni se lo plantea; total, es ley de vida, la supervivencia del más fuerte… Además, sólo son pájaros. Pero los que vivimos en un bajo y tenemos la suerte de disfrutar de un hermoso patio (pequeño, pero agradable) sabemos bien de lo que estoy hablando; no es la primera vez que tenemos que hacer acta del levantamiento de algunos de estos “cadáveres”. A veces, cuando los encontramos, han pasado varios días y tenemos que lidiar con las hormigas por los restos de la cría; inconvenientes que tiene uno, oiga.
Pero esa época pasa, y esos pajarillos crecen y levantan el vuelo.
Estas crías, ya emplumadas y en la academia de pilotos, son ayudadas por sus mayores que les deben apremiar cuando su instinto les indica que ya es el momento. No dudo de ellos, pero los acontecimientos nos dicen que ante la certeza paterna se encuentra la inexperiencia de las crías, y si efectivamente muchos consiguen levantar el vuelo, otros no saben o no pueden, y terminan, como no, de nuevo en el patio de alguna casa. Mis conocimientos sobre ornitología, o simplemente sobre pajaritos comunes y corrientes, no es que se excedan más allá de lo que dicta la lógica; pero creo que delimitan una zona, supongo que la que les vio romper el huevo, y de ella hacen su hábitat.
Del primero sabemos que estaba mal; saltaba y se movía como buenamente podía, pero una pata parecía estar rota y seguro que no se trataba de lo único. Nuestra inexperiencia en estos temas, y el inoportuno hecho de encontrárnoslo a las siete de la mañana cuando salíamos a trabajar, nos hizo dejarlo con cuidado en el césped de la urbanización confiando en que el resto de pajarillos y la naturaleza hiciesen el resto… y vaya si lo hicieron; a la vuelta del curro ya no se podía hacer nada por él.
Nos dio lástima, como no; no dejaba de tratarse de un lindo pajarillo que no tuvo tiempo de disfrutar de lo que habitualmente hagan en su vida. No sólo eso, siempre queda la comedura de pensar que si hubiese hecho otra cosa, aún…, en fin.
Pero creo que la experiencia nos sirvió para el segundo.
A los dos días nos cayó, como llovido del cielo, toda una familia; dos adultos (papá y mamá) y dos más pequeños. No, tranquilos, sólo uno de ellos no sabía volar; aunque esta vez, al estar tan acompañado, les dejamos acampar a sus anchas por el patio de casa. Unas migas de pan por aquí, un poco de agua por allá… Al tercer día, como si hubiese resucitado, levantó el vuelo ayudado por los padres; una preciosa estampa que nos hizo sentirnos bien, pero que no acababa de curar ese mal cuerpo que nos dejó el primer pajarito.
No hay dos sin tres, y no sabemos si para castigarnos o redimirnos de nuestro “dolor”, el caso es que un tercer pajarito llegó de los cielos al poco tiempo de marcharse la familia. Era pequeñín, y sus alas parecían no coordinarse bien cuando intentaba volar, por eso iba a todos los lados (de maceta en maceta quiero decir) corriendo, o bien dando saltitos; pero nunca volando… Y por supuesto se encontraba solo..
Al principio ignorábamos si al menos picoteaba de ese pan humedecido que con buena intención le poníamos, y temíamos que le fuese a ocurrir lo mismo que al primero, aunque esta vez no le abandonaríamos en el césped por muy confortable y fresquito que pareciese. Esto fue hace más de un mes.
Se vio forzado a hacer de nuestro patio su hábitat. Se hizo más grande (dicen que el pan embrutece), y a diario recibía la visita de otros “amigos” que revoloteaban a su alrededor mientras todos juntos daban buena cuenta del pan humedecido, del agua y del alpiste que con todo el cariño, y esperanzados en que le hiciese bien, le compramos. Convivió con las tortugas; no era extraño ver a cualquiera de ellas subida en una de las piedras que para tal propósito tenemos en el patio, y bajo ella picotear a nuestro pajarito. Encontró su rincón para pasar las noches, resguardándose detrás de unas jardineras que junto a la pared tenemos en la entrada.
A veces, cuando varios pajaritos se encontraban en el patio y aparecíamos alguno de los dos, todos salían volando y él miraba hacia arriba amagando un alzamiento, mezcla de querer y temor al no poder, para acabar corriendo y escondiéndose detrás de alguna maceta… Y finalmente, el otro día, vimos signos de evolución.
Tenemos un pequeño invernadero de tres alturas, uno de esos desmontables comprados en el Leroy Merlin que nos sirvió para resguardar algo algunas plantas del crudo frío invernal. Sus primeros recorridos sólo abarcaron el nivel uno, entiéndase por el más bajo. Pero como si se tratase de pasar pantallas en un video juego, el otro día vimos que alcanzaba el nivel tres; de forma algo torpe, sí, pero eso suponía volar al menos hasta los ochenta o noventa centímetros, todo un logro.
También cambió la oscuridad de detrás de la jardinera, por la brisa nocturna encima de ella, haciendo de un rinconcito de esta su lecho.
Sabíamos que el día menos pensado saldríamos por la mañana, le buscaríamos y no lo encontraríamos; por fin conseguiría alzar el vuelo, se licenciaría de la academia, se emanciparía, viviría su vida sin las limitaciones de nuestro patio… y nosotros, aunque apenados por su marcha, estaríamos contentos por él, pues entenderíamos que, al igual que a cualquiera, lo mejor que le puede pasar al pajarillo es vivir su vida en libertad, sin tener miedo al volar si eso es lo que te dicta el corazón.
Pero eso ya no pasará.
Como todas las noches, ayer le buscamos antes de cerrar definitivamente las puertas y le encontramos tras unos tablones que tengo en el patio; un nuevo lugar para pasar la noche. Esta mañana su cuerpecito sin vida estaba sobre una maceta de plástico caída en el suelo… ¿Intentó volar y tuvo mala suerte en la caída? ¿O simplemente estaba peor de lo que pensábamos, y le llegó su momento? Da igual, aunque supongo que saber qué le pasó nos podía consolar un poco. Al menos nos queda el haberle cuidado lo mejor que hemos podido por más de un mes, y que al final, de una forma u otra, consiguió alzar el vuelo y alcanzar los cielos, donde esta vez sí podrá seguir a sus compañeros y seguir el camino que le dicte su corazón.
Levanta el vuelo pajarillo…
Levántalo…
10 Comentarios:
Eres un poeta, chaval. Yo también tengo un jardín en casa, pero mi perro no es amigo de "invasores". Los pájaros vienen a comer al jardín, ya que estamos cerca del campo y yo tenía un cerezo y una parra que al final he quitado harto de fumigar por los insectos, ahora no sé qué buscan, tal vez hormigas en el césped. El caso es que mi amigo "Pixi" no los ve con buenos ojos. De vez en cuando ha cazado alguno, igual que muerde a las tortugas cuando salen de su "estanque". No puedo enfadarme con el animal, ya que a su manera está defendiendo la casa. Así que también me he encontrado algún pajarito muerto, lo que es una pena. Y también he cuidado de alguno hasta que ha levantado el vuelo... Pero tú lo haces más poéticamente, desde luego. :-D
El caso es que en los seis años que llevamos viviendo en esta casa, crías caídas del nido sí que nos habíamos encontrado, pero pajaritos que no puedan volar dentro del patio, creo recordar que es el primer año, y de momento por partida triple. Espero que no se haga una constante, porque te acabas encariñando de los pobres y oye, si levantan el vuelo, bien, pero como en este caso, si tras más de un mes se muere, te deja un mal cuerpo que pa qué.
En fin, ya lo he dicho, para los que tenemos patio, o jardín como en tu caso, supongo que esto es un lance más de nuestro quehacer diario, habrá que ir acostumbrándose.
Y dile a Pixi que las tortugas son nuestras amigas y que no se deben de morder ¡Pobres tortus!
¡Oído cocina! Pixi está enterado, pero ni caso... Mejor avisas a las tortugas, jejeje. Por cierto, ahora recuerdo que una vez se nos coló un pájaro por la chimenea. ¡Pájaro negro, sin duda! Estuvo revoloteando como loco por la casa hasta que salió por el balcón de la terraza.
Pobre pajarito, jo (bueno, y los anteriores).
Qué post... casi me haces llorar. :-(
Qué buenas personas sois, ea.
Sí, da ganas de revolotear un rato y dejarse caer por ahí... ¡Pio, pio, pio!
Oye number one, que no es lo mismo alimentar a un pajarillo, que a un "pajaro" de cien kilos como tú (ha sido a ojo de buen cubero), eso sí, sabes que como te dejes caer por aquí, los "refrescos" en el patio homicida no hay quien te los quite.
Pues sí Pily, la verdad es que aunque ahora ya me lo tome con sentido del humor, los dos últimos párrafos del post casi me hacen llorar a mí también, y eso que había aguantado "demasiado bien" hasta ese momento. Pero como me temo que no será el último que nos visite y quiera quedarse, lo que hay que hacer es tratar al siguiente igual o mejor que al anterior, y confiar en que el desenlace final sea diferente.
Por cierto, en este post extrañamente no veréis comentarios de Sonia; supongo que no os extrañará que ni siquiera pretenda leerlo.
No me extraña nada. Pobre Sonia. Y estoy con Joan Antoni, dan ganas de rebolotear y dejarse caer por allí. ;-)
¡Sois lo más!
Desde luego, pareja, sois de lo mejor. Pues nada, prometo dejarme caer alguna vez por el patio. Eso sí, ya llevaré alpiste propio. Porque, puñetero, casi lo has acertado: peso cerca de cien kilos.
¡Ey! Repartidos en metro noventa de altura, que nadie se asuste más de la cuenta. :-D
Oye, que contaba con esos 190 cm al hacer el cálculo. Bueno, si alguna vez os dejáis caer por aquí, cualquiera de los dos, seréis bienvenidos.
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